Las salinas del Confital fueron construidas en el siglo XIX siguiendo el denominado modelo Mediterráneo, en el cual los recintos llamados a formar la sal son hechos con barro aprisionado. Este tipo de ingenio salinero es diferente al tradicional usado en Canarias, donde la sal se deposita en charcos naturales a la orilla del mar.
Su funcionamiento era muy sencillo. Un molino de viento sacaba el agua del mar y la repartía a los cocederos por medio de un acueducto de piedra de unos ochenta metros de largo. Para facilitar la tarea, se había excavado un pozo justo en la base del molino.
(Huellas del pasado camino del olvido)
El agua se dejaba reposar en esos cocederos y desde allí, mediante acequias, se trasladaba a los denominados tajos, charcos artificiales donde se iba formando la sal al evaporarse el agua.
En sus mejores momentos, las salinas del Confital llegaron a producir unas 120 toneladas de sal al año. Su explotación fue encargada por sus propietarios a un salinero, el cual residía junto a su familia en un edifico de madera anexo al complejo productivo que a la vez servía de almacén.
Las salinas de La Isleta estuvieron en uso hasta el año 1956. En dicho año los herederos de Pedro Bravo de Laguna, su constructor y dueño, recuperaron su propiedad y decidieron despedir al salinero que las gestionaba poniendo fin a su actividad.
Las salinas no solo jugaron un papel importante suministrando sal a la población. El agua de los tajos donde se generaba un alga unicelular denominado 'Dunaniella Salina' era usada como antiséptico para infecciones de los ojos o de la boca.
La británica Olivia Stone las visitó en el año 1884 y las describió de la siguiente forma:
“Un pequeño molino de viento bombea agua salada hasta la altura de los depósitos de evaporación…hay 300 en funcionamiento, aunque tiene la intención de ampliar las salinas y ocupar una mayor extensión de esta pequeña meseta…".
"La producción del año pasado se vendió en 180 libras. En un almacén de madera situado muy cerca, vimos parte de la sal. Nos interesó sobre todo lo sencillo que era todo el proceso….No hay que gastar nada en energía para que funcione. El viento bombea el agua, elevándola, y podemos decir que es el sol quien fabrica la sal. Durante la época más calurosa del verano es, por supuesto, cuando se produce la mayor cantidad de sal. El sol y el viento se alían para convertir estas islas en afortunadas”.
Independientemente de la necesidad de luchar para que no caiga en el olvido nuestro pasado industrial, esta última frase escrita hace ya más de 140 años debería ser la luz que guíe nuestro futuro energético. Si un inglesa llegó a esa conclusión ya en el año 1884, no entiendo cómo nuestros gobernantes no la hacen suya hoy en día, con más razón.
Juan Carlos Saavedra
Escritor, investigador y divulgador de la cultura canaria