Los entendidos en la materia creen que las mejores son las pequeñas, denominadas popularmente “papas bonitas”. Curiosamente, el aprovechamiento de ese tipo de papas por los canarios nació ante la imposibilidad de destinarlas a la exportación. Las papas “buenas”, de gran tamaño y aptas para ser fácil de pelar, eran muy apreciadas en los mercados europeos. Tal es así que las papas producidas en Canarias gozaban de una gran fama en Gran Bretaña.
Las pequeñas no valían la pena embarcarlas ya que tenían una difícil salida comercial. La solución que se adoptó en ese momento fue saciar con ellas el hambre que atenazaba a la población isleña a finales del siglo XIX y principios del XX.
En el año 1907 la inglesa Margaret D´este recorrió las Islas Canarias. Tras su periplo entre nosotros decidió contar su experiencia en un libro que tituló “Viajando por Canarias con una cámara”. En él cuenta que durante su estancia entre nosotros no encontró papas de calidad ni en los mercados ni en los restaurantes en los que comió.
“Posiblemente se reserven para el consumo doméstico solo las papas que eran consideradas pequeñas, verdes y las viejas; por todo ello me parece que en el transcurso de toda la primavera que pasamos en Canarias no comimos ni una papa que en lo más mínimo se pareciera a las que solíamos comer en Inglaterra”.
Dicen que el hambre agudiza el ingenio. Ese ingenio fue, probablemente, el que hizo que nacieran las “papas arrugadas” con mojo. Ayer plato de pobres, hoy una enseña gastronómica canaria. Las papas que no servían para exportar y el gofio salvaron a varias generaciones de compatriotas.
Juan Carlos Saavedra
Escritor, investigador y divulgador de la cultura canaria
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