Sin embargo, uno de los textos más antiguos escrito por los primeros europeos que nos visitaron, desmontan esa visión caduca y trasnochada.
En el año 1341, el navegante genovés Nicolosso da Recco recorrió nuestro archipiélago visitando varias islas. A su regreso a Europa narró su viaje y lo que encontró en las islas en las que desembarcó. Sus palabras fueron recogidas, nada más y nada menos, que por el gran escritor renacentista Giovanni Bocaccio.
A la hora de describir su paso por la actual Gran Canaria contó:
«Costeando la isla para dar vuelta a ella, la encontraron mucho mejor cultivada por la parte del norte, que por el mediodía. Vieron gran número de casas pequeñas; de higueras y otros árboles; palmas sin fruto, jardines con coles y legumbres. Entonces se decidieron a saltar en tierra y veinticinco marineros desembarcaron armados, examinaron las casas y hallaron en una de ellas cerca de treinta hombres desnudos enteramente, que se espantaron al aspecto de sus armas, huyendo en seguida. La gente del equipaje penetró entonces en el interior y reconoció que estos edificios estaban construidos con piedras cuadradas con mucho arte y cubiertos de grandes y hermosas piezas de madera. Mas como encontrasen varias casas cerradas y que deseaban ver por dentro, empezaron a romper las puertas con piedras, lo que irritó a los fugitivos, cuyos gritos retumbaron en todos los alrededores. Rotas en fin las puertas, entraron en la mayor parte de estas habitaciones, y nada más encontraron sino excelentes higos secos conservados en cestas de palma, tales como vemos los de Cesene, y además trigo mucho más hermoso que el nuestro, si juzgamos por el tamaño y grueso de sus granos, que era muy blanco. Vieron igualmente cebada y otros cereales que deberían servir probablemente para la manutención de los naturales. Las casas eran todas muy hermosas, cubiertas de excelentes maderas y de una limpieza interior, tal que se hubiera dicho que habían sido blanqueadas con yeso. Encontraron también una capilla o templo en el cual no había pintura alguna, ni ningún otro ornamento sino una estatua esculpida en piedra, que representaba a un hombre con una bola en la mano: este ídolo se hallaba desnudo y traía una especie de delantal de hojas de palma, que le cubría las partes obscenas, cuya estatua sustrajeron y condujeron a Lisboa. La isla les pareció muy poblada y bien cultivada: produce grano, trigo, frutas y principalmente higos; el grano y el trigo lo comen los pájaros o bien hacen de él harina, con lo que se alimentan sin amasarlo y beben agua.
Atendiendo a la antigüedad de esta crónica, muchas personas deberían plantearse el cambiar, a mejor, su visión del mundo de nuestros ancestros.
Juan Carlos Saavedra
Escritor, investigador y divulgador de la cultura canaria