Hay que reconocer que muchas veces el tono de un mensaje cambia su significado. En eso hay auténticos maestros. No es lo mismo decir “¡ven aquí!” con tonito enamorado, ya que irás corriendo a recibir tu necesaria dosis de caricias, que escucharlo en el tono que te decía tu madre cuando eras pequeño. Sabías que una “caricia” no te iba a caer. Es más, muchas veces es más importante el tono que el contenido. Puedes pillarte un cabreo y soltar una arenga de improperios que no se entiende, que a todos les quedará bastante clarito lo que querías decir.
Yo me considero mejor guionista que director de cine. Creo que se me da bien contar historias. Me especialicé en los relatos cuando terminé mis estudios de realización audiovisual y he seguido investigando en ello toda la vida. Y, de verdad, que en una de las cosas que más me fijo en las películas es en los diálogos y, sobre todo, en el tono en que se dicen las palabras. Por eso los valoro por encima de muchas cosas. Un mal dialoguista puede destrozar una buena película. Hacer esto durante años me ha agudizado el oído en la vida real y, cuando escucho a la gente, analizo los mensajes y los tonos en los que me dicen las cosas.
Un mensaje lanzado sin tonos es peligroso, porque en ese caso será el receptor el que le dará el que mejor le venga en gana. El ejemplo claro son los mensajes de wasap. Uno escribe algo sin intenciones de molestar y la persona que lo lee se pilla el berrinche del siglo. Normal. Nosotros le llamamos “malinterpretaciones” pero no es así exactamente. Mi consejo: no discutan nunca por mensajes de wasap, porque las cosas se sacarán de la casilla correspondiente con suma facilidad. Mejor una llamadita y todo aclarado.
Se descubren muchas cosas cuando sabes interpretar los tonos de los interlocutores que te hablan. Por eso, esta etapa que estamos sufriendo tan “pandémica” me desmoraliza. Veo a gente empleando tonos de confrontación y me deprime. Se está generando demasiado odio en la calle. Sí, he dicho bien, “generando”. Hay intereses en que la sociedad, que bastante mal lo está pasando, parezca que lo pasa peor.
Veo el parlamento español, y el de muchos países amigos, en los que se están perdiendo las formas y el respeto que debe ser referencia de todo un país. Hace apenas cinco años oías los debates en las cámaras de representantes y, con sus más y sus menos, intentaban argumentar los mensajes que querían lanzar a sus electores desde la tribuna. ¿Ahora? Insulto gratuito. Ese no es el camino. Hemos pasado del “habría que hacer esto” al “ustedes son unos inútiles”, con la consiguiente respuesta “y ustedes, más”. Las estrategias ya no son proponer, ahora son desprestigiarse unos a otros. Triste. Y ni quiero hablar del “miente, que algo queda” que da para otro artículo entero.
Está claro que la crisis nos trajo el descontento y éste, como siempre en la historia, nos llevó a la radicalización de ideas. Ahora tenemos nuevas propuestas políticas menos centristas y emergen fuertemente los fundamentalismos de izquierdas y de derechas. Siempre diré que cuantas más opciones haya en una sociedad, más plural será. Eso beneficia a todos. Pero los tonos que está adquiriendo esto no nos benefician, ni a nosotros ni a ellos. Porque, que se sepa, cada vez hay más gente que devalúa a la clase política con total merecimiento en muchos de los casos.
Yo admiro a las personas que siempre hablan en el tono exacto para que el mensaje sea óptimo. Me divierten. Gente así quiero a mi lado, aunque a veces digan cosas que no coinciden con mi forma “autopolítica” de pensar. Espero que me hayan entendido bien, porque he intentado emplear el tono adecuado para ello.
Consejito para las parejas. Nunca discutan hasta que no hayan logrado sosegarse para conciliar el tono de diálogo y no el de disputa. Se arreglan muchas cosas, se lo aseguro.
Luis Alberto Serrano
luisalbertoserrano.wordpress.com
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