Llevaba días pensando en cómo empezar. En mis primeros borradores ensalzaba nuestra profesión y alababa la actitud de los docentes y de los equipos directivos. Pienso que tengo un trabajo maravilloso y necesario.
Siempre que se acerca el inicio de curso siento un no sé qué, unas mariposas que no me dejan dormir bien, que revolotean por algún conducto esquivo que une lo que pienso con lo que siento y con lo que hago. Una impaciencia que no logro entender ni dominar del todo. Siempre ha sido así, desde hace veinticinco años.
También llevo lo mío y traigo a la escuela todas las pieles que me abrigan, mis preocupaciones y mis miedos que intento dominar aunque no siempre lo consigo. No soy un héroe. No tengo la solución para todo, aunque me llamen «maestro». No conozco cómo funcionan todas las cosas. Me equivoco a menudo. Tengo hambre y me gusta elegir las camisetas que me pongo. En ocasiones enfermo; me siento triste o alegre, optimista o agorero, protestón o ingenuo: soy impredecible. Esto me divierte, no me gusta nadar donde sé que hago pie.
Nunca dejo de ser padre, ni amigo, ni hijo ni amante. Yo soy todo eso.
Cuando me encuentro alumnado por la calle o fuera del entorno escolar, también me da cierta vergüenza. Veo series y no me gustan los documentales de animales. No soy virólogo, ni médico, ni psiquiatra, ni ingeniero. Amo el mar. Escucho a Bach, Norah Jones, Taburiente, siempre lloro con Alfonsina y el mar y tengo un himno: El necio. Lloré cuando la UD Las Palmas subió a primera. Escribo y leo, en muchas ocasiones, poesía. Tengo faltas de ortografía, aunque cada vez menos. No se me dan las matemáticas, aunque lo intento. Necesito del equipo. Me gusta mi isla y también en la que vivo. Quiebro. Me gustan los bichos, las plantas y quisiera tener una armadura Mandaloriana y de alumno, en algún momento, a Grogu o cualquier otro pequeño yoda. Prefiero el autorretrato al selfi, el cine a Netflix, la acera al escenario, jugar en el PC a hacerlo en consolas y compro discos de vinilo y cuentos infantiles.
Todo eso y más soy yo, un sencillo y apasionado maestro.
Y cuando entre en el centro el día uno de septiembre, no podré dejar nada atrás, nada de lo que me convierte en el imperfecto maestro que va conmigo a todos lados. ¡Y me encanta!
Daniel Martín
Maestro, narrador oral y escritor