Aunque lo nuestro sean las islas afortunadas, el paraíso o cualquier otra alusión a la maravilla de nuestras tierras, la realidad es que también tenemos nuestros problemillas. La obesidad infantil es uno de ellos: casi la mitad de los menores de nuestra comunidad autónoma padecen de obesidad o sobrepeso, lo que pone en evidencia lo mala que es, en ocasiones, la dieta en nuestras islas. No entiendo, entonces, la ridícula pasividad con la que los canarios lidiamos datos de tal envergadura.
A pesar de que no es este un nuevo problema, sigue habiendo una gran falta de autocrítica por parte de las familias, que muchas veces vaguean por los supermercados escogiendo sin ningún criterio todo aquello que se llevan al carro de la compra. El refresco antes que el agua. La bollería industrial antes que la fruta. Y los prefabricados para contentar a los niños como hábito diario. Esto último es lo que infla a calorías a críos que devoran sin ser conscientes del bien o el mal de estos productos. Encaminándolos, inconscientemente, a la repugnancia por el potaje con gofio y a la adoración por los nuggets de pollo o la mala pizza.
Todo esto es uno de los motivos que nos lleva a ser la segunda comunidad autónoma que más azúcar consume del país. Y pocos dicen o hacen algo, mientras el exceso de grasa corporal se apodera de los niños, a la misma vez que los sentenciamos a una ingesta irregular de calorías. Sumémosle a esto el hecho de cada vez los menores realizan menos deporte. Por mi época infantil —que no hace mucho— aún nos pasábamos la tarde jugando al fútbol en la cancha del barrio. Ahora los niños de 8 años quedan para hacer videollamadas y jugar al ‘fortnite’ desde consolas que valen un tercio del sueldo de sus padres. No se excusen en la pandemia. Viene de antes.
Pero no todo el peso de la culpa recae en las familias, pobre de ellas. Son varios los factores que influyen en la ecuación de la obesidad infantil. Una de las cosas que más peso tiene es el tipo de ocio que realizamos en Canarias. Y me gustaría aquí abrir el melón de lo inconscientes que somos los canarios en este sentido. Un ocio basado en la masificación de centros comerciales —no caben más ya en Gran Canaria— donde solamente nos dedicamos a mirar el interior de las tiendas y a acabar la jornada en restaurantes de comida rápida. Esto es algo que la vasta población ha aceptado, sin réplica alguna, dejando de lado el hecho de que somos una de las regiones españolas con los salarios más bajos y mayor tasa de paro.
Y es que, a propósito de todo esto, recuerdo aquello que decía Carl Gustav Jung, un psicólogo y psiquiatra suizo: «si existe algo que quisiéramos cambiar en los niños, en primer lugar, deberíamos examinarlo y observar si no es algo que podría ser mejor cambiar en nosotros mismos, los adultos».
Julio César Ruiz Aguilar
Escritor
www.julioruizaguilar.es