Hace poco, en uno de esos paseos nocturnos por la preciosa playa de Meloneras, me encontré a una mujer llamada Julia, la cuál me contó una historia que me dejó marcado.
Julia, de unos 60 años, me contó que se había pasado toda la vida arrepintiéndose de no haber podido conocer más a Marco, un italiano que trabajaba en una pizzería del sur de la isla. Según me narraba, se conocieron en una cena con amigas cuando ella se dirigió a felicitar al pizzero por lo gustosas que estaban las pizzas. Asegura que, según lo miro, sintió un flechazo que pensaba que solo pasaba en las películas de amor.
A partir de ese día, donde solo se cruzaron un par de palabras y miradas, ella solo quería cenar en esa pizzería para poder volver a verlo. Convenció a las amigas para volver a ese restaurante un par de veces más, pero nunca se atrevió a decirle nada.
De repente llegó el verano y Julia fue de viaje a la península. Cuando regresó, presa de amor, fue a buscarlo decidida a declararse (recuerden que en esa época no había móviles, redes sociales ni nada que se le parezca), pero él ya no estaba allí. En un arrebato de locura, Julia le preguntó al jefe dónde estaba el pizzero italiano y este le contó que había regresado a su país.
La historia de Julia me caló hondo, y la manera en la que me iba narrando los hechos, con tanto sentimiento, hizo que recreara en mi mente perfectamente todo lo que aconteció. A esto es a lo que se le llama “amor perdido".
¿Y tú, has tenido algún amor perdido?
Regardiel
Escritor
@Regardiel