A los lápices y bolígrafos se han unido el gel hidroalcohólico y las mascarillas. Pero no solamente en estas dos queda la novedad, sino que las universidades e institutos han tenido que reinventarse y tomar nuevas medidas para así cumplir con las normas de distanciamiento físico. En septiembre la preocupación por «la vuelta al cole» se hizo evidente: la escueta preparación de protocolos por parte de las administraciones se puso en el punto de mira. Analizamos hoy la situación a la que se enfrentan alumnos y profesores de la isla de Gran Canaria.
Los centros de secundaria y bachillerato de la isla se han visto envueltos en la necesidad de organizar un curso totalmente distinto al anterior. Asimismo, en todos ellos se imparten clases presenciales. La obligatoriedad de la mascarilla es incuestionable —así fue impuesto por el Ministerio de Educación, aunque no se preveía mismamente en un borrador inicial de la Consejería de Educación del Gobierno de Canarias—. A esto se suma el uso de asientos individuales y el límite de aforo que esto conlleva. Todo en centros donde lo normal era aglomerar hasta —en muchas ocasiones— a 35 personas en un mismo aula. El resultado es que en muchos centros han tenido que habilitar que los alumnos asistan en turno de tarde.
Es el complejo caso que se vive en el IES José Arencibia Gil, en el que seis clases de segundo de bachillerato acuden al instituto de 15:30 a 20:05 horas. «Acudimos a cinco clases de 55 minutos por la tarde sin tener recreo. El número de alumnos lo han reducido, antes solían ser 36 y ahora somos 23» —apuntaba Daya, alumna del centro. El problema que viene incluido en esta medida es el que los estudiantes no lleguen a las 30 horas lectivas semanales obligatorias, sino a 25. Las cinco restantes se imparten de manera online por las mañanas, lo que obliga a los propios alumnos a tener una especie de régimen partido.
Otros casos en los que sí se mantiene el horario de mañana no dejan de tener complejidad. La mayoría de los centros han dividido sus patios en zonas para así garantizar que no haya mezcla de grupos. Algunos han sido especialmente creativos con esto. Como el IES La Rocha, que ha comenzado a utilizar un sistema de colgantes de colores para poder distinguir la zona de que cada alumno y así saber si se encuentra en la correcta. «Disponemos de unos colgantes en los que cada clase tiene un color de cinta distinto. Tenemos además colgado el carné de estudiante que muestra otro color. Yo tengo el colgante y el carné azules, por lo tanto, mi zona va a ser la que está asociada a estos colores» —desgranaba Laura, alumna de primero de bachillerato.
Pero no todo es de color brillante. Si para el alumnado es todo novedoso, para el profesorado, que debe velar por la seguridad de los alumnos, es novedoso a la par que complicado. Esto puede apreciarse en los protocolos que deben llevar a cabo en caso de que un alumno presente síntomas o el control diario. «Están derivando el trabajo que realizan los médicos en nosotros, los profesores. No estamos cualificados para ello y solo acatamos lo que nos dicen. Nos vemos, por lo tanto, en situaciones complicadas. Es inviable, por ejemplo, que en un aula tengamos 30 alumnos y mantengan la distancia siempre» —explicaba un docente de secundaria y bachillerato que prefiere no publicar su nombre.
En la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, en cambio, dentro de las propias clases establecidas se crean subgrupos para poder dividir los asistentes presenciales. «En mi curso somos 50 personas en la gran mayoría de las asignaturas, han hecho una división en dos grupos, “grupo uno” y “grupo dos”. Las semanas impares acuden a la universidad para la enseñanza presencial el primer grupo, mientras que el segundo sigue la clase a través de una plataforma online. A la siguiente semana nos cambiamos el rol. Esto es lo que ahora se conoce como “sistema híbrido”» —describía Lara, estudiante de Enfermería.
Este sistema, que parece funcionar de hacerse con corrección, falla actualmente en algunas facultades de la universidad. «Estaba previsto que para el inicio del curso ya estuvieran instaladas unas cámaras en las aulas que permitieran que, mientras un subgrupo está en el aula, el resto de los alumnos pudieran ver la clase de forma online desde sus casas. La realidad es que aún no están instaladas, lo que está retrasando bastante el ritmo del temario» —confesaba Sara, estudiante de Educación Social.
La inmensa mayoría de estudiantes y profesores, que viven con la propia incertidumbre del virus, acaban confesando que, a pesar de la situación, lo acaban aceptando todo, pues no hay otra opción posible. Y es que, entre tantas medidas especiales, protocolos y diferencias con respecto al anterior curso, se podría afirmar que el asistir a clases presenciales es de una gran valentía. Aún más cuando esta acción se realiza diariamente.
Julio César Ruiz
Escritor y estudiante de Bachillerato
www.julioruizaguilar.es