Una de las funciones de nuestro cerebro es garantizar nuestra supervivencia. Y para lograrlo, muchas veces ha de recurrir a las memorias más tempranas que guardamos en nuestro inconsciente.
De pequeños hemos aprendido a actuar de determinada manera ante ciertas situaciones.
Si, por ejemplo, te sentías frustrado/a y tu forma de calmarte era recurrir a la comida, probablemente de mayor, hasta que no integres otro tipo de herramientas, cuando aparezca la sensación de miedo, frustración o culpa, termines acudiendo a la comida nuevamente.
Cuando sentimos que aparece la incertidumbre, nuestro cerebro nos guía con acciones que ya conoce hacia esa zona donde nos sentimos protegidos.
Es decir, nos guía con acciones conocidas hacia nuestra zona de confort: nos lleva hacia ese lugar donde sabemos cómo movernos, cómo actuar, qué decir, que no decir e incluso sabemos cómo sentir.
Cuando experimentamos un cambio interior, como puede ser un cambio a nivel de hábitos alimentarios, el cerebro en un primer momento lo interpreta como una señal inconsciente de peligro.
Y ante el peligro, el cerebro buscará en nuestra memoria y encontrará nuestra forma de reaccionar y también las soluciones que hemos practicado en el pasado.
Entonces, volverá a guiarnos repitiendo esas acciones y llevándonos hacia esa “zona segura”.
Esta zona segura, como decía, es la tan famosa “zona de confort”. Pero… ¿a que no es tan confortable como su título indica?
Es por esto que las dietas por sí solas no funcionan, ya que cuando comenzamos un cambio de hábitos es necesario trabajar en la nutrición y en las emociones de la persona conjuntamente.
Para que el cambio sea real y sostenible en el tiempo, se hace indispensable una mirada global del individuo.
A su vez, es muy importante tener en cuenta que el camino de crecimiento no es una línea recta, sino que se parece más a una montaña rusa.
Por eso hay veces que nos sentimos súper bien y otras que parece que hemos retrocedido un montón y que no hemos avanzado nada.
Cuando nos encontramos en la parte del camino que parece que retrocedemos, en realidad lo que necesitamos es integrar un aprendizaje que todavía no hemos integrado para poder seguir avanzando.
Es muy importante que tengas presente que siempre has hecho lo que has podido con los recursos y herramientas con las que contabas en cada momento. Y ahora también: no estás haciendo más de lo que puedes.
Y no basta solo con tener conocimiento de qué es lo mejor o lo más sano para mí para poder llevarlo a la práctica.
A veces tenemos mucho conocimiento sobre algo, pero todavía no es el momento de integrarlo, y entonces aparecen pensamientos como: “¿Si yo sé todo “esto”, por qué sigo haciendo “lo otro”, que me hace daño?”
La respuesta es sencilla: no integras aun esos conocimientos, porque no estás preparado/a para hacerlo de una manera que te sea cómoda y que te permita un cambio real.
Recuerda que el autosabotaje no es más que tu cerebro protegiéndote.
Por eso, si estás atravesando un cambio de hábitos alimentarios y sientes que a veces parece que todo va genial, pero hay otros muchos momentos en que vuelves a tus hábitos antiguos y que no avanzas, sé compasivo/a contigo mismo/a y ten presente que tu cerebro está intentando protegerte.
Anímate y pide ayuda profesional. No tienes por qué transitar este cambio solo/a. El camino es más sencillo cuando lo entendemos, ¿no te parece?
Espero que este artículo te haya servido para comprender esas acciones que a veces hacemos de forma automática y que parece que nos hacen retroceder o no avanzar como quisiéramos.
No quiero despedirme sin antes invitarte a que cuando aparezcan estas situaciones en las que parece que no avanzas, de ahora en adelante, te preguntes: "¿Qué me falta aprender que todavía no puedo integrar esas herramientas que conozco?"
Flor Fernández
Técnica superior en dietética y Coach integral de salud
